jueves, 2 de julio de 2009

Patrimonio Industrial y Responsabilidad Social Empresarial


Un componente, igual de importante como lo es el crecimiento económico, para que los países sean desarrollados y prósperos, es que éstos alcancen un nivel adecuado de educación y cultura. Sin educación, los antivalores; como la corrupción o la injusticia, se multiplican y entorpecen la prosperidad de todos. Asimismo, un país sin educación es un país sin futuro, y por lo mismo, incapaz de preservar su pasado.

En la tarea de lograr un país próspero, desarrollado, educado y culto, debe intervenir no sólo el Estado, sino también todos los demás actores sociales. Uno de éstos actores, de especial protagonismo en el actual modelo económico, es sin duda la empresa privada.

Desde hace algunas décadas, el ideario de las empresas se ha modernizado y ha reconocido la existencia de una inherente y necesaria responsabilidad social, como elemento fundamental de su actividad económica. El objetivo general de las acciones de responsabilidad social es desplegar su actividad empresarial en el marco de una relación constructiva con la comunidad. De esta manera, la empresa no sólo actúa en el ámbito del crecimiento económico, sino que extiende su participación al campo del progreso de la comunidad, buscando impulsar el desarrollo del entorno social y el mejoramiento continuo de la calidad de vida de las familias, a través de diversas actividades; salud, educación, medioambiente e infraestructura, principalmente.

La conservación y promoción del patrimonio cultural debiera ser un gran derrotero de actividades de responsabilidad social empresarial. La conservación y conocimiento del patrimonio cultural, en todas sus manifestaciones, asegura una mejor educación y una cohesión como nación, ya que colabora en la formación de la memoria colectiva. Y en esta premisa, la conservación y difusión del patrimonio industrial, por su monumentalidad, por su tangibilidad y por su relación histórica con la actividad económica, tiene una especial importancia.


Como escribe José Martín: “la memoria colectiva de los pueblos necesita de lugares donde encarnarse, de espacios donde representarse y permanecer. Necesita, en una palabra, de monumentos. Los restos materiales, desde un horno alto a una frágil fotografía, pasando por una nave industrial o un documento, son piezas imprescindibles para materializar y escenificar la memoria colectiva. Y por eso, la transmisión histórica de la memoria colectiva de una generación a otra está supeditada a la pervivencia de esas huellas materiales del pasado, de esos monumentos de nuestra época, que son, sin duda, su mejor garantía de perdurabilidad”[1].

En el caso del patrimonio industrial, las empresas, en el marco de sus políticas de responsabilidad social, e inclusive como recuperación de activos fijos, de ser el caso, deberían promover proyectos de revaloración de este tipo de patrimonio; restaurando espacios y objetos históricos de la actividad eléctrica, textil, minera, ferroviaria y fabril en general. Además, el patrimonio industrial es reutilizable, pudiendo reconvertirse a un nuevo fin utilitario que conviva con su status de patrimonio.

En el Perú ya hay notables casos de iniciativa privada por la recuperación del patrimonio cultural, pero muy pocos destinados al patrimonio industrial. El caso de la empresa generadora ELECTROPERU, que tiene a su cargo el Museo de la Electricidad, como ejemplo de una política empresarial socialmente comprometida, es digno de destacarse.

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